por Gonzalo Casino – Escepticemia
Sobre la rápida, tenaz y natural respuesta humana a lo malo y las malas noticias
La llamada psicología positiva nos pone sobre aviso de que la mente humana tiene una irrefrenable querencia por lo negativo. Iniciada en la década de 1990 por Martin Seligman y continuada por el impronunciable Mihály Csíkszentmihályi (aquí se puede oír la pronunciación) y el muy esclarecedor Jonathan Haidt, se centra en el estudio científico del bienestar psicológico y toda una serie de aspectos positivos, desde la creatividad y el humor hasta la sabiduría o la mismísima felicidad. Esta rama de la psicología viene a ser el contrapunto de una larga historia centrada en el estudio de las bases neuronales –y los posibles remedios– de la depresión, la ansiedad, el estrés y otros demonios y patologías mentales. Pretende comprender e impulsar la positividad ante la constatación de que lo malo y amenazante campa a sus anchas por la mente y es más fuerte que lo bueno. Este principio, denominado sesgo de negatividad, condiciona para bien y para mal nuestra vida.
El sesgo de negatividad puede parecer un lastre biológico, pero tiene pleno sentido evolutivo. La hiperreactividad cerebral automática (más rápida que la toma de decisiones consciente) es lo que nos permite salvar la vida ante cualquier potencial amenaza, aunque a menudo sean falsas alarmas (por ejemplo, cuando saltamos en la butaca ante la aparición imprevista en una película de un cuchillo o una serpiente, o nos cambiamos de acera porque se acerca un desconocido en la noche). El cerebro carece de un sistema similar para reaccionar ante lo bueno y placentero, porque no nos va la vida en ello. El que lo negativo prevalezca sobre lo positivo en la mente es lo que hace que el dolor por una pérdida económica sea mayor que el placer de una ganancia y que las emociones que suscita una mala noticia sean más fuertes, persistentes y difíciles de inhibir que las buenas noticias.
El periodismo se alimenta de la natural inclinación humana al dramatismo implícita en este sesgo de negatividad. Lo bueno, lo que funciona, la bendita normalidad nunca es noticia.
El epidemiólogo sueco Hans Rosling, célebre por sus espectaculares charlas TED con estadísticas sobre el progreso de los países, ha estudiado durante décadas la infundada visión negativa que tenemos los occidentales del mal llamado mundo en vías de desarrollo. El común de la gente cree que en el mundo hay más muertes violentas, menos niñas escolarizadas, tasas de vacunación más bajas, menor acceso a la electricidad y a Internet, más especies en peligro de extinción… de las que realmente hay. Y atribuye este instinto de negatividad, como lo llama, a la desmemoria sobre nuestro pasado, al sentimiento de que mientras las cosas estén mal es inhumano reconocer que mejoran y a la imagen distorsionada que transmiten los medios de comunicación y los activistas.
El instinto de negatividad de Rosling y el sesgo de negatividad de los psicólogos positivos vienen a referirse a un mismo y reciente hallazgo de la neurociencia. Al rebufo de este conocimiento científico, hay ciertamente toda una psicología pop que puede distorsionar las cosas y extraer píldoras de autoayuda con más o menos base científica, pero esto no invalida la existencia comprobada de esta rápida, tenaz y natural respuesta humana ante lo malo y las malas noticias. Como ocurre con todo lo humano, hay una gran variabilidad entre personas en la escala optimismo-pesimismo, que tiene una fuerte base genética (es lo que Jonathan Haidt denomina “lotería cortical”, en alusión al córtex frontal del cerebro). En estos tiempos de pandemia, podemos apreciar de forma clara no solo hasta qué punto está presente el sesgo de negatividad sino también la variabilidad de respuestas entre personas.
El autor: Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=96049