por Celina Abud – Fuente: IntraMed
Tanto Marilyn Monroe como Hedy Lamarr son recordadas por su belleza. Mientras la primera tiraba besos a pedido, la segunda los vendió para recaudar fondos. Pero, tal vez por la época, su condición de “bombas” escondieron la inteligencia, la sensibilidad y la inestabilidad mental.

Dos mujeres del cine de antaño alcanzaron la fama, tal vez ayudadas por su belleza y sensualidad, pero ese atributo también las hizo prisioneras. No solo porque perdieron algunos papeles serios, sino también por pertenecer a una época en que sus motes de “bombas” velaron otros aspectos, como grandes inteligencias y sensibilidades, excelencia en la ingeniería y devoción por los libros. Pero también complejos y hartazgo por la falta de reconocimiento, acompañados de inestabilidad mental, abuso de medicamentos, depresión y aislamiento, hipersexualidad y cleptomanía. Todo sumado a múltiples matrimonios fallidos.
Vidas con tantos picos pueden dejar a más de uno con la boca abierta. Sin embargo, se recuerda a Marilyn por sus labios fruncidos al tirar besos a pedido del público. Y cuando Hedy quiso utilizar sus conocimientos en ingeniería para ayudar durante la Segunda Guerra Mundial – de hecho sus ideas sirvieron de base para lo que hoy conocemos como wifi y bluetooth, nada menos– le sugirieron que fundase su participación en su físico y su éxito como actriz. Así ideó una campaña en que vendió sus besos a todo aquel que adquiriera 25.000 dólares o más en bonos, y en solo una noche recaudó 7 millones de dólares. Sin una oportunidad de mostrar su potencial, supo dejarnos sin aliento.
Vale la pena hacer un recorrido por la complejidad de estas dos mujeres que tenían mucho más para ofrecer que los besos más famosos del mundo, comprender sus finales, tanto de forma muy temprana como en el más completo de los aislamientos y hacerles justicia por todos aquellos que tomaron la parte por el todo.
El “hambre de llegar”, entre la pobreza y los privilegios
Hedy Lamarr nació bajo el nombre de Hedwig Eva Maria Kiesler en Viena, Austria, el 9 de noviembre de 1914, en el seno de una familia privilegiada. Hija de un banquero de Lemberg y una pianista de Budapest de origen judío (aunque criada en el catolicismo) creció escuchando las interpretaciones de su madre y ella misma, desde pequeña, tocó este instrumento a la perfección. En el colegio la consideraban superdotada y más allá de comenzar la carrera de ingeniería, su sueño era el de llegar a ser actriz de cine, por lo que abandonó sus estudios y viajó a Berlín para formarse en las artes interpretativas.
Los orígenes de Marilyn Monroe, en cambio, fueron marcados por la pobreza y el abandono. Llegó al mundo el 1 de junio de 1926 en Los Ángeles, California, bajo el nombre de Norma Jean Baker (o Norma Jean Mortenson, apellido de su padrastro). Su madre, Gladys Baker, nunca le reveló la identidad de su padre y la dejó al cuidado de un matrimonio amigo hasta que cumplió siete años; cuando la llevó a vivir con ella. Pero un año después Gladys fue internada en un psiquiátrico con diagnóstico de esquizofrenia paranoide, algo que marcaría a Marilyn, quien creyó haber heredado la enfermedad al ser internada con frecuencia por episodios depresivos. Su infancia transcurrió entre orfanatos y familias que la recibieron. Incluso se dice que en una de estas casas sufrió abusos sexuales cuando apenas tenía ocho años.
Por necesidades económicas, a los dieciséis años abandonó sus estudios para trabajar en una fábrica de aviones, donde conoció a su primer marido, el mecánico James Dougherty (del cual se divorció cuatro años después). En 1946 la descubrió un fotógrafo de modas y, por sugerencia de su agente, cambió su color de pelo castaño al rubio platinado. Pero sus inquietudes y hambre de conocimiento la llevaron a tomar clases de arte dramático en el Actor’s Lab de Hollywood y a asistir a cursos de literatura en la Universidad de Los Ángeles (UCLA).
Desnudos que fueron acontecimientos
La película que llevó al estrellato a Lamarr, quien más tarde fue conocida como “la mujer más bella de la historia del cine”, fue Éxtasis, filmada en 1932 en la entonces Checoslovaquia. Bajo la dirección de Gustav Machaty, fue el primer largometraje en mostrar el rostro de una actriz completamente desnuda durante un orgasmo. En su momento la proyección del film fue prohibida en las salas de cine tras su estreno y escándalo. Pero antes, Fritz Mandl, magnate de la empresa armamentística, quedó ecantado con la belleza de la joven al ver la cinta y le pidió la mano a los padres de Lamarr, quienes la obligaron a casarse por más que ella hubiera preferido seguir con su carrera artística. Su vigilancia fue una “cárcel de oro”: Mandl era tan celoso que sólo le permitía a Hedy desnudarse o bañarse si él estaba presente. Fue en ese entonces que ella volvió a retomar los estudios de ingeniería para llenar el vacío. Hasta que un día dijo basta: cuando su marido estaba de viaje, escapó por la ventana del baño de un restaurante solo con lo puesto, más unas joyas que pretendía vender para huir. Así consiguió llegar a Londres y abordar el transatlántico Normandie con destino a EE. UU., donde conoció al productor de películas Louis B. Mayer, quien le ofreció trabajo antes de llegar al puerto. Firmó sobre aguas su contrato con la Metro-Goldwyn-Mayer, con la única condición impuesta de cambiar su nombre para que dejara de ser asociada con la película Éxtasis. En homenaje a la actriz de cine mudo Bárbara La Marr, Hedwig Eva Maria Kiesler pasó a llamarse Hedy Lamarr.
Mientras que en 1949, momento en que Marilyn ejercía las profesiones de actriz y de modelo, el primer golpe que la llevó a hacerse más conocida fue una sesión de fotos muy asimilable a las imágenes de una “pin-up girl”. Las conocidas imágenes la muestran desnuda en tomas cenitales, sobre un cubrecamas de color rojo. Si bien originalmente algunas de las tomas aparecerían ese mismo año en un calendario, recién en 1953 una de ellas sería la portada del primer número de la revista Playboy, lo que constituyó un enorme acontecimiento mediático.
Intelecto
Lo que pocos sabían de Hedy Lamarr es que detrás de sus facciones sorprendentes, se escondía una inteligencia todavía más destacada. En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, Hedy buscaba colaborar en la lucha contra los nazis. Contaba con información previa, debido a que su marido Mandl proveyó de armas a Hitler y a Mussolini antes de la segunda guerra. Pero básicamente lo que quería era aportar con sus conocimientos de ingeniería. Su oferta fue amablemente rechazada y terminó por vender besos y recaudar abultadas sumas de dinero para los aliados.

Pero lejos de quedar satisfecha con su aporte, descubrió que las señales que guiaban a los torpedos eran muy fáciles de interferir. Para lograrlo, convocó al compositor y pianista George Antheil -unido a los movimientos futuristas y dadaístas- que había sido abucheado en su obra “Ballet Mécanique”, estrenada en 1923 por no sonar de acuerdo a lo que se esperaba para la época. En ese entonces, el músico había logrado sincronizar 16 pianolas que formaban parte de su orquesta mecánica y esa precisión era lo que Hedy buscaba. Trabajaron juntos durante seis meses en un sistema que se llamó “técnica de transmisión en el espectro ensanchado”. La idea era difícil de llevar a la práctica en la década de 1940, pero a partir de 1960, con el avance de la electrónica, se empleó primero para la crisis de los misiles en Cuba y para algunos dispositivos en la guerra de Vietnam. Con el tiempo, se exploró el potencial de esta tecnología, que el ejército americano mantuvo en secreto hasta 1980 y de ella derivaron herramientas que hoy usamos a diario, como la wifi, la telefonía celular o el bluetooth. Sin embargo, la actriz no llegó a cobrar ni un centavo por la patente, que caducó sin haber sido utilizada y para colmo había firmado con su apellido de casada “Markey”.
Cuando por fin llegó el reconocimiento como inventora, para la actriz ya era demasiado tarde. Cuando le comentaron en 1997 que le adjudicaron el premio del Pioner Award, su amargura había crecido hasta tal punto que se quedó imperturbable y sólo comentó de manera escueta: “Ya era hora”. El premio lo fue a recibir su hijo, Anthony Loder. Ese fue el primero de muchos galardones que recibió hasta su muerte, a principios del año 2000. Y en Austria, su país de origen el día del inventor se celebra el 9 de noviembre en su honor.
Por su parte Marilyn, cuánto más se convertía en un “sex-symbol”, más intentaba demostrar que no era solo una cara bonita. Su complejo por haber abandonado los estudios la llevó a ambiciosas actividades. En 1955 acudió al prestigioso Actors Studio neoyorquino para tomar clases con Lee Strasberg, quien la indujo a que estudiara el psicoanálisis para conocerse más a sí misma y explorar su potencial interpretativo. Pero el afán de Marilyn por obtener papeles más serios bajo la ayuda de Strasberg fue visto como una broma en determinados ambientes de Hollywood que se obstinaban en verla como una bomba y nada más.
Pero nada más lejos de la realidad. La actriz, que en 1956 se casó con el dramaturgo Arthur Miller, proveniente de la élite intelectual judía era una devoradora de libros y tenía una importante colección en su biblioteca. De hecho, al momento de su muerte en 1962 se encontraron cerca de 400 libros en su casa. Y de las millones fotografías que le tomaron, las que más les gustaban eran la que se veía leyendo, por ejemplo una de 1955 capturada por la fotógrafa Eve Arnold, que la retrató en un parque leyendo Ulises de James Joyce. Sus gustos literarios estaban compuestos además por Samuel Beckett, Walt Whitman y el mismo Arthur Miller. Pero eso no es todo: también cultivó una amistad con el escritor y periodista Truman Capote, quien le dedicó el cuento “Una hermosa niña”, incluido en su libro Música para camaleones. De sus cualidades, Capote decía: “Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que solo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: solo la cámara puede congelar su poesía”.
Pero por fuera de las metáforas del autor de A sangre fría, Marilyn también escribía poemas, y eran tan profundos como bellos. Incluso se llegó a decir que antes de su muerte, llegó a compuso versos junto con su exmarido Joe DiMaggio, del que se decía que fue el único a quien realmente quiso y con quien planeaba volver.
A la vez, se rumorea que la diva tenía un IQ de 168, mayor al de Albert Einstein. Si bien el dato no se pudo corroborar, el dato se acompaña como el hecho de que fue comúnmente juzgada como “tonta”.

Inestabilidad mental y sentimental
Hedy Lamarr vivió seis fracasos matrimoniales. Después del armamentista Fritz Mandl, le siguieron Gene Markey, Sir John Loder, Ted Stauffer, W. Howard Lee y Lewis J. Boles. Estos desengaños se dieron junto con el declive de su carrera cinematográfica. El comportamiento de “la mujer más bella de la historia del cine” se volvió errante, al punto de llegar al consumo masivo de pastillas, a la cleptomanía y a una obsesión enfermiza por la cirugía estética.
Para peor, la diva esperaba que sus memorias, escritas por otro, revivieran su carrera en 1966, pero cuando leyó el resultado del libro que llevó el título Ecstasy and Me (“Éxtasis y yo”), lo calificó de “falso, escandaloso, difamatorio y obsceno”. Si bien llevó el tema a la corte, el juez sentenció en su contra y la publicación siguió su curso. Así, los lectores se enteraron de cómo ella y su tercer marido, John Loder, intentaron batir el récord de hacer el amor 19 veces durante un fin de semana. Supieron también que otra de sus parejas contrató a un equipo de escultores y maquilladores para hacer una muñeca sexual idéntica a ella. Pero nada decía de su faceta de inventora.
Una de sus apariciones tras recibir las primeras intervenciones cosméticas fue en The Merv Griffin Show (en el cual colaboraba un joven Woody Allen), cuando, a sus 55 años, decía aparentar 40. Más allá de sus esfuerzos, ciertos periódicos de la época la calificaban textualmente de “vieja y fea”, algo que no se condecía con su aspecto.
En picada, se volvió cleptómana y protagonizó escándalos al ser detenida en diversas ocasiones, al punto que Mel Brooks, Andy Warhol y Lucille Ball hicieron sketches sobre ella. Harta de que la vieran como una parodia, se recluyó en su mansión de Miami para pasar los últimos años de su vida aislada de un mundo que la marginaba de la misma manera que celebraba las nuevas tecnologías derivadas de su invento (sin siquiera mencionarla). Sin piedad, la prensa comenzó a llamarla “patética hermitaña” y durante su reclusión, siguió practicándose cirugías estéticas. Cuando el reconocimiento llegó ya no pudo celebrarlo. Lo aceptó sin estridencias, ni sorpresa, ni entusiasmo. No valía la pena salir de la casa.
Para Marilyn el estilo despreocupado que mostraba en sus películas contrastaba por completo con su realidad: su vida estaba marcada por contradicciones, inestabilidad emocional y complejos. No tenía las herramientas para enfrentar un éxito que había llegado de manera arrolladora, con sus detractores como precio a pagar. Además, no alcanzó la estabilidad con ninguno de sus tres matrimonios fallidos: el mecánico James Dougherty, el beisbolista Joe DiMaggio y el escritor Arthur Miller.
Su carrera transcurrió entre frecuentes internaciones por episodios depresivos que conllevaban a su vez a ausencias o impuntualidades durante las filmaciones. Todo se le hacía más duro por su lucha para ser considerada una actriz seria en lugar de un mero “sex symbol”.
La presión a la que suelen someterse las grandes estrellas, el menosprecio por parte de algunos profesionales de la industria y su propio descontento no tardaron en repercutir en el set, donde sostuvo relaciones tensas con actores y técnicos, cansados de que la actriz demandara repetir 65 veces un plano en el que tan solo decía una frase. No obstante antes de su abrupto final consiguió cierto reconocimiento de la crítica, tanto como actriz de comedia como dramática.
En la madrugada del día de su muerte, fue encontrada por su ama de llaves. Su postura era extraña: tenía el teléfono fuertemente aferrado a sus manos. Un frasco de Nembutal atestiguaba la ingesta masiva de pastillas. Si bien el médico forense certificó que se trataba de un suicidio, distintas teorías giran alrededor del deceso de la diva. La prensa amarilla especuló sobre la relación entre su muerte y los hermanos Kennedy. Incluso hay quienes dicen que la blonda habría intentado pedir ayuda por la posición en la que se la encontró.
Legado
Siempre se las percibió bellas, pero hoy, más que nunca, abundan los escritos que rescatan sus otras facetas y que permiten apreciar a estas dos mujeres en su complejidad. De orígenes pobres o privilegiados, con vidas cortas o longevas, son muchos los puntos en común. Ambas sintieron en carne propia la adoración y la crueldad, la cima y la caída.
Pequeños rastros de nuestra vida cotidiana nos la recuerdan, aunque no lo sepamos. Cuando realizamos una búsqueda web en nuestro celular, ahora sabemos que Hedy tuvo algo que ver. Cuando queremos alcanzar nuestra mejor versión hasta cuando leemos, pensamos en Marilyn. Nunca podremos saberlo con certeza. Pero es lindo imaginarla que en estos tiempos con una sonrisa, no en gestos dedicados a las cámaras, sino una más íntima, sutil, esa que da el reconocimiento por la lucha y las tareas cumplidas.
Referencias
• Hedy Lamarr, la inventora, por Laura Morrón. Publicado originalmente en el blog “Los Mundos de Brana” el 4/03/2015.
• La increíble vida de Hedy Lamarr: del primer orgasmo en cine a pionera de la telefonía celular, por Nicholas Barber. BBC Culture, 18/03/2016.
• Cleptomanía y cirugías desastrosas: los dos encierros de Hedy Lamarr, por Silvia López. El quid de la cuestión.
• Marilyn Moroe, Biografías y Vidas
• El encuentro cumbre entre Marilyn Monroe y Truman Capote, Hoy en la noticia, 30/11/2021.
• La historia de Marilyn Monroe y el Ulises de Joyce: una imagen en palabras, La Tercera, 1/07/2017.
Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=100022