por Teresa Aguado Odina

La escolaridad obligatoria es una conquista social y, en sociedades que defienden principios democráticos de justicia social y participación, debe garantizarse experiencias educativas valiosas. Actualmente consideramos este derecho y deber como algo ya logrado, pero no siempre es así.

La escolaridad ha llegado a ser no sólo un derecho sino también un deber. Su cumplimiento ha de ser garantizado por los gobiernos y sometido a los principios de igualdad y libertad. Este derecho/deber se ha alcanzado de forma muy desigual y no es una realidad para todos.

El reto que tenemos los educadores, y de forma muy especial, los maestros y profesores, es hacer que la escuela sea buena para todos y no sólo para algunos; que la escuela sea un instrumento efectivo para la igualdad de oportunidades y la construcción de una sociedad democrática.

La diversidad es la normalidad

Los profesores y maestros que asumen este reto desarrollan prácticas desde una perspectiva auténticamente inclusiva y democrática. Esto significa reconocer la diversidad de los estudiantes y sus familias como lo normal. También, organizar el tiempo, los espacios y la enseñanza en general con la prioridad de que cada uno de los estudiantes viva experiencias educativas que le permitan aprender.

Para ello la clase y la escuela deben ser pensados como una comunidad participativa en la que todos, familias, estudiantes, maestros, personal, son miembros de ella.

Una lucha contra inercias y ‘sentido común’

Los profesores que adoptan esta mirada no siempre lo tienen fácil, ya que ponen en cuestión prácticas que son habituales en las escuelas y que son defendidas por algunos como de “sentido común”, pero que contribuyen a estigmatizar y a justificar el no aprendizaje de algunos niños.

Por ejemplo, la clasificación de los estudiantes en función de categorías sociales, los diagnósticos realizados demasiado pronto, las evaluaciones basadas exclusivamente en la capacidad lingüística, la imposición del libro de texto único para todo el centro, los grupos por niveles de capacidad estables y cerrados, la distribución fija y estable de espacios y tiempos entre asignaturas, materias, el uso no educativo de los recreos y patios, la relación “clientelar” con las familias, etc.

Prácticas democráticas en el aula

Frente a esto, los profesores comprometidos con la escuela democrática ponen en marcha sus clases prácticas que se caracterizan por:

  1. Basarse en un proyecto pensado por toda la comunidad a través del diálogo. Se comparten valores y objetivos, los cuales dan sentido y cohesión a lo que sucede en la escuela.
  2. Desarrollar espacios y tiempos que facilitan la participación: se fijan momentos y lugares para compartir, opinar, discutir y tomar decisiones.
  3. Comprometerse con el cambio social. Hay un reconocimiento de la desigualdad existente, de los prejuicios manifiestos e implícitos, y un compromiso con la equidad, con la justicia social.
  4. Vincularse con otras escuelas y profesores a través de redes de apoyo y aprendizaje mutuo. Un ejemplo han sido las “aulas en la calle” promovidas en los últimos años.
  5. Se establecen vínculos permanentes y persistentes con el territorio, es decir, con el barrio, pueblo, ciudad, en el que viven las familias.

Cómo apoyar a estos docentes

Como docentes e investigadores nos proponemos apoyar a las escuelas que aspiran a ser democráticas a través de prácticas inclusivas y participatorias. Para ello es esencial confiar en las opiniones de las partes implicadas, aportando la experiencia y el conocimiento de los profesionales, estudiantes, familias e investigadores.

Pensamos, como Ainscow, que las escuelas saben mucho más de lo que habitualmente utilizan en el día a día, y este conocimiento debe ser reconocido, hacerse explícito y compartirse. Una forma muy útil de hacerlo es mediante la investigación–acción participativa.

Esta metodología permite a los profesores analizar de manera autónoma sus propias prácticas a través de un conocimiento contextualizado y orientado a la mejorar de la escuela. Se identifica un problema, se formula una propuesta para darle solución, se recoge información (diario, grabación, observación), se analiza y se formula un plan de acción.

Tres lecciones

Hasta ahora hemos colaborado en estudios de casos que han aplicado y analizado estos procesos en diversas escuelas situadas en contextos geográficos y sociales diferentes. Los resultados de estos estudios nos han enseñado tres lecciones en relación con el uso de la investigación–acción participativa a la hora de construir escuelas democráticas y participativas.

  1. La primera lección es que el proceso de reflexión y diálogo sobre lo que sucede en la escuela permite a los profesores comprender sus propios valores, creencias y prácticas.
  2. La segunda alude a lo idóneo de poner en marcha prácticas concretas que se desarrollan en las aulas con los grupos de estudiantes. Estas hacen posible una mayor participación de las familias y la comunidad, así como su “entrada” al aula.
  3. La tercera lección reconoce el protagonismo que los estudiantes asumen en el proceso de diálogo, análisis y mejora.

Los estudios realizados nos alertan de la necesidad de promover activamente en cada escuela el diálogo entre sensibilidades, perfiles sociales, posiciones políticas diferentes como condición irrenunciable en una comunidad democrática.

Fuente: https://theconversation.com/como-hacer-escuelas-democraticas-y-participativas-173947

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