Lejos de impostar, Austin Butler y Natalia Oreiro se lucen en interpretar a estos dos íconos de la cultura popular. Sus claves: perseguir las emociones e imaginar la intimidad, más que calcar sus oficios.

por Celina Abud – Fuente: IntraMed / Infobae / AM750 

Pocos días atrás se estrenó el largometraje Elvis, la última apuesta del director Baz Luhrmann, quien se dedicó a explorar el ascenso y la caída de Elvis Presley y la relación con su representante vitalicio, el Coronel Tom Parker.  

Luhrmann nos tiene acostumbradas a las superproducciones vertiginosas, con recursos visuales “exagerados” que pueden verse en otros de sus filmes, como Moulin Rouge y El Gran Gatsby. Si bien las primeras escenas de Elvis podían anticipar más excesos del director australiano, esos derroches se moderan para emular a otros espectáculos fastuosos, que al ser de otra época, eran algo más sobrios: los shows de Elvis Presley en Las Vegas. Esta cautela -pensada con antelación o lograda durante el rodaje, nunca podremos saberlo- captura con éxito la esencia de los espectáculos brindados por el ídolo, sin volverse una caricatura de ellos. Espectacularidad, pero en su justa medida (si eso es posible), para captar una esencia.
 


El mismo mérito (o quizá un mérito aún mayor) se lo llevó el actor protagónico, el casi desconocido Austin Butler, quien para interpretar al rey del rock tuvo que vencer a contrincantes más famosos, como el cantante Harry Styles, el actor Ansel Egort (West Side Story, Bajo la misma estrella) y Miles Teller (Whiplash).

Butler logró representar al ídolo sin parecerse a un imitador, porque en su interpretación valió más el espíritu que los parecidos físicos. En diversas entrevistas. el actor y modelo oriundo de California manifestó: “Todos vimos caricaturas de Elvis o del ícono que fue, pero yo estaba fascinado con la idea de quién era él cuando estaba en una habitación vacía”.

Para eso se preparó, en un eterno espiral de prueba y error que lo dejó exhausto. Pasó cinco  meses desarrollando su rol para ser elegido, trabajó con una famosa entrenadora de movimientos para copiar a “la pelvis”, se coacheó vocalmente y, como prueba de fuego, le envió a Luhrmann un video de él mismo tocando el piano y cantando la popular canción “Melodía desencadenada”, que Presley había versionado en 1977.  El director la sintió tan auténtica que quedó elegido. Incluso la voz que aparece en la película durante las épocas tempranas de Elvis es la de Butler. Por todo ello, el actor escapó a la caricatura y se sumergió en una realidad ajena para sentirla propia. Algo que es por demás difícil.

Lo mismo le pasó a Natalia Oreiro a la hora de interpretar a Eva Perón, en la reciente miniserie Santa Evita. En una entrevista con el portal Infobae, la actriz y cantante uruguaya confesó que se propuso el difícil objetivo de querer ser Evita sin dejar de ser Natalia, pero que eso se notara lo menos posible. Y vaya si lo hizo, porque más allá de ser famosa, consiguió el papel a través de un casting, lo que le dio aún más seguridad de estar lista.

Para prepararse vio el trabajo previo de las colegas que interpretaron a Evita y reconoció que todas ellas encontraron una emoción distinta. “Obviamente, hice una interpretación, no hice una imitación de ella, y esa fue una elección que se tomó, porque claramente estamos contando una historia y yo no soy parecida tampoco”, relató Oreiro.
 


Parte de sus logros los explicó a través de sus frases. “Mi intención nunca fue imitar a Evita, ella es inalcanzable”, dijo en declaraciones a la radio AM750, mientras que para cerrar la entrevista de Infobae, confesó: “Me entregué en todo el sentido de la palabra: los actores encarnamos, y yo le di mi cuerpo a ella”.

Si tomamos en cuenta lo que dicen Oreiro y Butler, notamos que ambos se centraron en captar a los ídolos populares o musicales por fuera de su tarea, en adivinar que sentían, en descubrir lo que ocultaban, en reconstruir la intimidad. Mientras que los imitadores se dedican a copiar la tarea de los ídolos, aquello que los hizo famosos dentro de su métier, o sea, en su “papel” dentro de la sociedad.

El psicólogo Roy Baumeister postula que “tanto el individuo como la sociedad tienen papeles cruciales en la creación de cada yo particular”, e insinúa que la sociedad define qué tipos de ‘yo’ son posibles y los presenta, mientras que el individuo tiene cierta libertad para elegir entre las ofertas de la sociedad. Y ejemplifica nada más ni nada menos esta idea con los imitadores de celebridades: “Trabajan duro para crear una versión de sí mismos, ¡como otra persona! Algunos gastan mucho tiempo, esfuerzo y dinero para hacerse pasar por un duplicado de una persona famosa. Los modelos famosos que se copian provienen de la cultura y, por lo general, incluyen estrellas de cine y músicos como Elvis Presley, Dolly Parton y Cher, pero el individuo elige y luego trabaja para aproximarse al original”.

 “El alcance al que llegan es evidente a partir de una anécdota en las memorias de Dolly Parton. La cantante y estrella de cine estaba en Los Ángeles cuando se enteró de un concurso cercano de celebridades, en el que varias personas se hacían pasar por ella. Para divertirse, Dolly decidió participar a escondidas en el concurso vestida como ella misma. ¡Ella perdió! (Y frente a un hombre.) Aparentemente, los jueces pensaron que varios hombres eran mejores copias de ella que ella misma”, cierra el psicólogo.

El ejemplo de Dolly Parton no es el único. Pero este devela cuánto más importante es la esencia que se oculta antes que el parecido físico o la intención de imitar un rol. Fue cuando la cantante Adele se hizo pasar por una imitadora, Jenny, durante un concurso organizado por la BBC.  Para convertirse en otra persona, la cantante empleó prótesis cosméticas con el fin de cambiar sus rasgos. También impostó una voz lenta y tranquila, porque así Adele imaginaba cómo hablaban las niñeras (y Jenny, su imitadora, cuidaba niños). 
 


Una de las escenas más divertidas fue cuando Adele, en su papel de Jenny, fingió pánico escénico y las otras imitadoras las contuvieron. Pero en un momento, Jenny empezó a cantar. Y frente a esa voz, una de las contrincantes descubrió que esa chica no podía ser otra sino la mismísima Adele, más allá que tratara de disimularlo. A partir de ese momento, hasta la más desconfiada se entregó a la sorpresa y todo fue emoción.Es justamente la emoción lo que Austin Butler y Natalia Oreiro captan en Elvis y Santa Evita, para recrearlos sin imitarlos. Y ambos son conscientes que no quieren ocupar el papel en la sociedad de esos ídolos, sino con humildad, honrar el papel propio: el oficio de actuar.

Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=101912

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