La idea fue escrita en 1948, pero hasta hoy se sigue representando con éxito, porque los contextos cambian, pero hay dinámicas que siguen vigentes. ¿Qué pasa cuando los ideales frenan un destino posible?
por Celina Abud – Fuente: IntraMed / Complejo Teatral de Buenos Aires
Hasta principios de septiembre, una nueva representación de “Las manos sucias”, de Jean-Paul Sartre fue estrenada en el Teatro San Martín en Buenos Aires, Argentina. La obra había sido escrita en 1948, en un contexto histórico muy diferente. Sin embargo, en la actualidad, su núcleo no pierde vigencia. Desde la política se podría decir que muestra con crudeza la diferencia entre las ideas y su puesta en práctica. Pero desde la teoría cultural, puede asociarse con un concepto más novedoso relacionado a la psicología, el del “optimismo cruel”, porque ¿los deseos más profundos son capaces de atentar contra la concreción de nuestros objetivos?
“Las manos sucias” sucede cerca de 1944 en un país imaginario llamado lliria, en el que se abre una grieta ideológica luego dentro de un partido político cuando Hoeder, su líder, sugiere acuerdos cortoplacistas con otros sectores (incluso con la realeza) para llegar al poder, pero con el fin de que a mediano plazo su fuerza y que ciertos cambios se realicen una vez que estuvieran afianzados.
Por supuesto, la rama más ortodoxa del partido se opone y emplea como instrumento a Hugo Barine, un joven de origen burgués que nunca sufrió necesidades económicas. Es entonces que lo nombran secretario de Horeder, con la misión secreta de eliminarlo.
Uno de los puntos interesantes y comunes a todas las épocas es el de quién puede sostener, en efecto, las ideas. O qué son las ideas cuando, al mantenerlas tan sagradas, no pueden adaptarse al escenario que permiten llevarlas a cabo, o a los tiempos que requieren su concreción.
La trama, más allá de la sucesión de episodios, deja entrever ciertas preguntas no pronunciadas: ¿Existe algo detrás de las ideas si solo las pueden mantener intactas aquellos que no se benefician de ellas? ¿Las ideas se preservan impolutas cuando no hay necesidades? ¿Es la ortodoxia un lujo caro al que no todos pueden acceder?
La obra, plenamente política, podría compararse al concepto de optimismo cruel, postulado por la teórica cultural Laurent Berlant. Lo define como “una dinámica psíquica y estructural que mantiene a las personas cerca de objetos, fantasías y mundos que en verdad las debilitan”.
“Existe una relación de cruel optimismo cuando algo que deseas es en realidad un obstáculo para tu florecimiento. Puede involucrar comida o amor; puede ser una fantasía de la buena vida, o un proyecto político. O un nuevo hábito que promete inducir en ti una mejor forma de ser”, señala. Algo que en la obra de Sartre podría resonar en la intransigencia de las ideas, que les impide adaptarse y sobrevivir. Porque la inmutabilidad, que es nada más ni nada menos otra idea impoluta, ¿no es un obstáculo para al fin, florecer?
Las manos sucias se estrenó en París en 1948, poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, en tiempos en los que la herida de los crímenes de guerra, del nazismo y de los gulags soviéticos estaba en carne viva.
Tal vez por haberse estrenado pocos años después del asesinato de Leon Trotski, la obra fue tomada como una denuncia contra el stalinismo, pero Sartre sostuvo entonces que eso fue un malentendido. Según explica Eva Halac – la directora de la representación en el Teatro San Martín- en el programa de la obra, incluso Sartre llegó a “someter las representaciones de su texto a la aprobación del partido comunista para su estreno en cada país”.
“Pero la Guerra Fría terminó, vino la globalización y los temas de la obra siguieron vivos: el dilema de si el fin justifica los medios, la responsabilidad individual, las diferencias entre las ideas y las verdades de la real politik”, concluyó Halac, quien también estuvo a cargo de la adaptación de Las manos sucias.
Los escenarios cambian, también los contextos. Esta vez le tocó al actor Daniel Hendler interpretar a Hoederer. Hubo quienes los precedieron y otros que lo sucederán. Pero hay dinámicas que persisten y tanto Sartre como Berlant parecen invitarnos a repensar los ideales (para él) o el optimismo (para ella). Porque ambos parecen otorgar respuestas rápidas a problemas complejos.Para Bertrand, el optimismo puede ser cruel cuando la solución que se ofrece es “tan limitada y tan ciega a las causas más profundas que, para la mayoría de las personas, fallará”. Quizá, para citar a otro autor, William Shakespeare, la libra de carne que deberíamos ofrecer –el precio a pagar, que siempre está y que no tiene que ser negado- no debería incluir nuestros ojos.
Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=102058