Cuando uno habla de historia clínica, el sustantivo, lo sustantivo, es la historia. La clínica es el adjetivo.
por Dr. Jorge Dietsch
Como una manera de abrir el paraguas antes de que llueva, a ustedes, que estudian para ejercer algún día la medicina, o la enfermería, que serán terapistas ocupacionales o psicólogos o asistentes sociales, o kinesiólogos, nutricionistas o bioquímicos, que, en fin, dedicarán su vida a cuidar de los demás, quiero decirles estas cosas. Porque quiero hacerlo, porque creo que es bueno, pero también – ah, egoísmo— porque sé que algún día estaré en sus manos.
Y porque deseo que, además de descubrir en los pacientes un conjunto de órganos y de células funcionando más o menos bien, encuentren en ellos al ser humano que sufre.
Quisiera que cuando se acerquen a auscultar un (mi) corazón, recuerden que no es sólo una víscera, un músculo con válvulas y arterias: recuerden que el imaginario colectivo ubicó allí, durante muchos siglos, la residencia, la casa del alma, y que a ella debemos acercarnos con el respeto que merece semejante residencia.
No es tarea fácil sacarse de encima varios siglos de formación positivista.
Cuando René Laennec inventó el estetoscopio, aumentó la capacidad de percepción, extendió los límites de los sentidos. Pudo escuchar ruidos del cuerpo que antes no se escuchaban. Ese es el sentido de la técnica aplicada a la medicina y a las ciencias de la salud. Es el sentido también de la ciencia (y del arte): correr, como dijo el escritor chileno José Donoso, un poco más allá, el muro donde comienza la oscuridad.
Ese estetoscopio, (llámese también ecografía, radiología, tomografía, resonancia magnética o lo que en un futuro se invente), agudizó nuestra capacidad de percibir, pero interpuso entre el paciente y el médico, un objeto, un instrumento. Desde entonces el médico no pondría su oreja en la espalda o el pecho del paciente.Comenzaría una distancia que hoy se siente ya como muy larga.
No sé si en el futuro esto seguirá así, alargándose esa distancia, o comenzaremos a aproximarnos nuevamente. Sólo deseo que lo tengan en cuenta; que nosotros, los que trabajamos con la enfermedad y la salud, como todos los seres humanos, nos constituimos como personas en nuestra relación con los demás. Que justamente estas profesiones nuestras, que nos enfrentan cotidianamente con el dolor, el sufrimiento y la muerte, tienen su contracara, esa inmensa felicidad, en darnos la posibilidad de comunicarnos con otros en su parte más sincera y más profunda, de tocarlos, de acariciarles la cara, de tomarles la mano. Esa es una gracia que nos fue dada y es la gran riqueza de nuestra tarea.
Un médico trata con personas, con seres humanos. Un ser humano es mucho más que una enfermedad o que un órgano enfermo.
Un gran médico norteamericano, William C. Williams, fue también uno de los mayores poetas del siglo veinte. Una vez le preguntaron cómo podía él conciliar las dos disciplinas. Dijo que, cuando uno escribe, escribe sobre el ser humano, que ésa era su sustancia, el sentido de su poesía. Y que, cuando ejercía la medicina en su consultorio, ahí enfrente, tan cerca suyo, estaba él.
Muchas veces he escrito poemas o cuentos nacidos de sus historias. He escrito relatos que ellos me han narrado. (Les he robado, de algún modo, sus historias, para devolvérselas después transpuestas lo más poéticamente que he podido). Y muchas veces me agradecieron esa licencia que me había tomado. Y lo que creo que me agradecen, de esto estoy muy seguro, es estar aprendiendo a mirarlos de un modo más abarcador. Porque, recuerdo ahora una enseñanza del maestro Francisco Paco Maglio: cuando uno habla de historia clínica, el sustantivo, lo sustantivo, es la historia. La clínica es el adjetivo.
Por todo esto creo que uno debe acercarse al conocimiento con humildad. La ciencia es una de las formas de acceder a él. Otra de las formas es el arte. Ese muro se corre un poco con la ciencia y un poco con el arte.
¿Qué es lo que queda del hombre a través de los siglos?
Queda, por una parte, su descendencia, quedan sus hijos. Y queda su obra. La ciencia y el arte. La cultura, todo aquello que ha construido. A través de ella conocemos, nos conocemos. Ampliamos nuestra mirada, la hacemos más extensa y más profunda.
Y eso que aprendemos a conocer está todos los días ahí, enfrente nuestro, con su cuerpo y su mente, con su historia y su cultura. Con sus pasiones, sus penas y esperanzas. Es esa la sustancia con la que trabajamos, esa desgracia o maravilla que llamamos ser humano.
Otro concepto que (en defensa propia y ajena) quiero transmitirles, es el fundacional del término medicina. Medicina viene de “medeor”, que significa cuidar, y el “medeos”, el médico, es el que cuida. El cuidar es mucho más que curar; lo abarca, lo incluye, pero no es sólo eso. Si cuidamos curamos, prevenimos, rehabilitamos, acompañamos, consolamos. Y aunque muchas veces no podamos curar, cumplimos nuestra función haciendo todo lo que cuidar implica. Nos convertimos en personas que ayudan a cuidar a otras personas.
Y recuerden también que enfermar es, desde un punto de vista antropológico, perder la capacidad de elaborar proyectos.
Una de nuestras funciones es ayudar a esa persona a conservar sus proyectos, a que una “enfermedad” no le enferme, no se convierta en el centro de su vida, no le impida en lo posible hacer lo que quiere hacer y ser lo que quiere ser.
Todos estas ideas forman parte de una lucha muy desigual. Muchas veces me he sentido perdido. Perdido de perder. No obstante conservo la esperanza – por eso esta carta- de que algún día entenderemos los profesionales de la salud, que es muy pobre la mirada sola de la ciencia para conocer y entender el mundo y también, por qué no, para cambiarlo.
Médico Clínico – Apuntes por el 11 de Abril, Día del Médico Clínico
En la época que estudiaba yo medicina, la carrera estaba claramente dividida en dos ciclos, el básico, en los tres primeros años, y el clínico, los tres siguientes. Los tres primeros, a pura memoria, no me gustaron. Pasar largas horas frente al libro estudiando cosas que no sabíamos por qué lo hacíamos, nos desalentaba. Hasta coqueteé con la idea de abandonar medicina, buscarme un trabajo y estudiar filosofía. Claro, no me animé a hacerlo. Un acto afortunado de cobardía. Porque al comenzar el ciclo clínico, en cuarto año y concurrir a las salas de internación, con magníficos docentes en la cátedra que había sido de semiología, me hizo enamorar de la Clínica Médica. Ver al Dr. Luis Felipe Cieza Rodríguez, ya jubilado, examinar a un paciente marcando incluso por percusión el tamaño cardíaco, la capacidad de observación del Dr. Bernardo Manzino, la exposición brillante a los pies de la cama del paciente del Dr. Jorge Salvioli, la conversación con los pacientes, todo eso me atrajo como un imán a un trozo de hierro.
En la residencia, en nuestro hospital, con nuestros maestros Vázquez, Arzeno, Trivisonno, para sólo nombrar a algunos, aunque se agolpan en el recuerdo los nombres, abrazamos aún más nuestra especialidad. En los primeros años, nos apasionábamos con los buenos diagnósticos, con la buena evolución de los pacientes. Con el paso del tiempo fuimos descubriendo que, como dice nuestro amigo Daniel Flichtentrei, los pacientes no son sólo biología, sino también biografía. Y lo descubrimos ahora, en el 2000, aunque ya unos cuatrocientos años antes de Cristo, existían dos escuelas bien diferenciadas en Grecia, la de Cos, la isla de Hipócrates, y la de Cnidos. Esta última era más biológica, la anterior tenía en cuenta no sólo lo biológico sino también lo biográfico.
Los pacientes son, las personas somos, historias narradas. Hay en esa historia algo que la ha entorpecido. Una piedra que se ha puesto en el camino. Esa piedra, ese escollo, ese nudo es el que debemos desatar. Con la visión de que es sólo un nudo en el hilo de su historia.
Y entonces se descubre que, cuando uno dice Historia Clínica, como repetía nuestro querido maestro Paco Maglio, el sustantivo es la Historia. Que la Clínica es el adjetivo. Que nosotros nos introducimos en su historia para que continúe, para que no se detenga allí. De algún modo los clínicos, los médicos todos, tenemos esa tarea, hacer que su biología sea “cómplice” de su biografía, acercarnos a una historia para que esa historia pueda ser narrada.
El autor:
El Dr. Jorge Dietsch se ha desempeñado como jefe de docencia e investigación del Hospital General de Agudos Dr. Alende de Mar del Plata, es un incansable educador en valores humanísticos en medicina. Ha escrito libros de literatura, trabajos científicos y columnas de opinión.
Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=108594