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Los villanos de la ficción ejercen en nosotros un poder realmente seductor. A veces, incluso mayor que el de los héroes.
por Joaquín Mateu Mollá, Universidad Internacional de Valencia
En nuestra infancia, los adultos nos relataban historias inspiradoras sobre héroes. Eran cuentos con intención moralizante que buscaban enseñarnos cómo lidiar con problemas, cómo enfrentar nuestros miedos o cómo relacionarnos con otros. A menudo seguimos evocando estas historias, oídas en el regazo de nuestros padres o abuelos, con cierta aura nostálgica.
Ya de mayores, el cine y la literatura toman el relevo de nuestros allegados para avivar la épica de la que disfrutamos en la niñez. Muchas veces, por qué no decirlo, de forma algo maniquea y con propósitos interesados. La idea, al fin y al cabo, es enervar los afectos para vender ideas o incluso productos.
Y aquí es, precisamente, donde ocurre algo realmente curioso y bien documentado en psicología: los villanos ejercen en nosotros un poder realmente seductor. A veces, incluso mayor que el de los héroes. Casi como si, con esta respuesta, nos opusiéramos rabiosamente a lo establecido.
Héroes y villanos en la ficción
Héroes y villanos tienen papeles muy diferenciados; hasta podría decirse que antagónicos. Se trata de dos arquetipos que representan nuestras filias y fobias, diseñados para profundizar en los complejos conceptos de la bondad y la maldad que moldean los consensos sociales.
En la ficción, los héroes son representados de forma invariablemente amable. Se les confiere un arco narrativo a través del cual se ilustra la epopeya de su previsible victoria: el conocido “viaje del héroe”. Este viaje no es más que una estructura literaria rígida que permite organizar las acciones cronológicamente de una forma un tanto forzada.
Concretamente, los héroes suelen proceder de lugares ordinarios y vivir existencias desapasionadas, hasta que un día cualquiera ocurre algo inesperado que los llama a la aventura. Aunque puedan intentar desoírlo, siempre acaba irrumpiendo alguna circunstancia extraordinaria que los empuja a enfrentarse definitivamente a lo desconocido.
En su odisea encuentran amigos entrañables y antagonistas que ostentan un poder mayor al suyo, con aviesas intenciones. En el ardor de estas tensiones opuestas se orquestan los hechos requeridos para alcanzar el clímax emocional, el cual sumerge al héroe (y al mundo por extensión) en una profunda desesperanza.
Es en este momento de debilidad cuando florecen sus cualidades humanas, que le sirven para alcanzar la victoria y regresar a la cotidianidad atesorando una experiencia transformadora. Esta forzosa humanidad pretende apelar a la audiencia para convencerla de que todos nosotros atesoramos la fuerza necesaria para trascender nuestras propias limitaciones.
Asociamos la belleza a la bondad
Quienes relatan estas historias, según las opciones que les brinde el formato, añaden además una constelación de rasgos físicos deseables a los héroes (hermosos, fuertes, etc.). Con ello aprovechan el popular sesgo perceptivo beauty-is-good, muy estudiado en psicología. A través de él atribuimos automáticamente cualidades positivas a quienes se ajustan al estándar estético predominante, aunque no exista conexión lógica.
Al contrario, los villanos son representados con rasgos físicos imperfectos para estimular un juicio negativo, explotando nuestra tendencia a percibir las desviaciones de la belleza como indicios de maldad (sesgo anomalous-is-bad). Es algo bastante manido en obras que ya forman parte de la cultura pop, con personajes tales como Freddie Krueger, Voldemort o Scar.
Además, los villanos personifican cualidades que las sociedades juzgan como reprobables: la violencia, el egoísmo, el ansia de poder y la falsedad. Siendo esto así, cabe preguntarnos entonces: ¿por qué nos atraen tanto?
La paradoja de la atracción por la maldad
Mucho se ha escrito sobre este asunto y, ciertamente, sigue siendo un misterio que ocurra frecuentemente lo contrario de lo previsto: nos atrae más el villano que el héroe. Basta con echar un vistazo al merchandising de las grandes producciones para darnos cuenta de que Úrsula, Maléfica o Joker arrasan frente a otros muchos personajes bondadosos.

Una de las posibles razones es la complejidad que albergan estos personajes: mientras los héroes están encorsetados, los villanos explotan una constelación mayor de motivaciones. De hecho, cuando no ejercen la maldad por simple afición, sino que enfrentan dualidades y contradicciones, resultan todavía más atractivos para la audiencia.
Otra potencial explicación es el rol de rebeldía y de oposición a las normas que ostentan los malvados. Los villanos suelen ser odiados por consenso y, aunque pueda parecer contraintuitivo, los espectadores tendemos a empatizar con quienes enfrentan el desprecio generalizado (efecto underdog). Esto se exacerba si se ha dotado al némesis de un contraste suficiente entre su historia, sus convicciones y sus acciones.
La oscuridad de los villanos nos recuerda nuestras imperfecciones
Por supuesto, la oscuridad de la que se revisten los villanos también facilita que nos asomemos por un momento al abismo de nuestras propias imperfecciones. La gran mayoría de los seres humanos albergamos la certeza de ser falibles, de poseer algún rasgo indeseable. Esto facilita que nos sintamos identificados con quienes no solo no lo ocultan, sino que lo elevan como una parte cardinal de sus personalidades.
Además de esto, los villanos suelen representarse con otras dos cualidades que se valoran positivamente: la capacidad directiva de promover los sucesos que sirven como resortes para la acción y, al menos en las producciones modernas, el ingenio o el humor. Esto diluye los roles protagónicos de los héroes y abre un espacio notable para que el “malo” pueda lucirse.
Para acabar, los villanos pueden lograr algo importante que el héroe convencional no: la redención. Mientras que los “buenos” suelen presentarse a menudo como recipientes sin mácula alguna, los malvados pueden resarcirse de sus fechorías y compensar al resto de personajes o a la humanidad en su conjunto. La mera posibilidad de que esto suceda es un detonante emocional clave que los convierte en personajes trascendentes y memorables.