El llamado desorden de modulación sensorial hace que los niños manifiesten comportamientos que pueden resultar incongruentes o desproporcionados con respecto al estímulo recibido.
por Patricia Jovellar Isiegas, Universidad San Jorge
Si su hijo tiene reacciones intensas ante ciertos sonidos o texturas de alimentos, le molesta determinada ropa, no para ni un minuto, se enfada cuando alguien le toca sin avisar, convierte la hora del baño o de vestirse en un verdadero suplicio o hace que ir al supermercado o a una fiesta de cumpleaños parezca una odisea… tal vez su hijo no sea un malcriado, ni un maleducado, ni un hiperactivo.
Tal vez lo que le ocurre es que tiene problemas para procesar la información recibida por sus sentidos. Digamos que a su cerebro le cuesta “entender” los datos que captan sus sistemas sensoriales.
En ocasiones, los comportamientos de los niños responden a la manera en la que procesan la información del entorno y de su propio cuerpo. Y si ese procesamiento es disfuncional, sus conductas no se adaptan a lo que se espera de ellos.
Un flujo incesante de estímulos
El procesamiento sensorial es la forma en la que el sistema nervioso central y periférico manejan la información que procede de los ocho sistemas sensoriales. Sí, ha leído bien: ocho. Aunque normalmente son cinco los que se llevan el protagonismo (el sistema táctil, auditivo, visual, gustativo y olfativo), hay otros tres (vestibular, propioceptivo e interoceptivo) que desempeñan un papel fundamental en el movimiento y en la conciencia corporal y espacial.
Los seres humanos recibimos un flujo constante e ilimitado de estímulos sensoriales que proceden tanto del entorno como del propio cuerpo. Un procesamiento adecuado nos permite llevar a cabo habilidades funcionales en la vida diaria y dedicarnos a las cosas que son significativas para nosotros.
Atasco en el cerebro
Para explicar qué pasa cuando hay un mal funcionamiento en estos procesos, podemos recurrir a la típica metáfora del “atasco cerebral”. El cerebro del niño experimenta una especie de caos, como el que ocurre en un embotellamiento de tráfico en hora punta en una gran ciudad.
Dentro del proceso general del procesamiento de la información sensorial, la modulación sensorial se ocupa concretamente de regular y organizar el grado, la intensidad y la naturaleza de las respuestas a esa corriente de datos permanente.
Por todo ello, los niños que presenten un desorden de modulación sensorial (DMS, por su siglas en inglés) podrían manifestar comportamientos que a priori nos resultan claramente incongruentes con respecto a la intensidad y a la naturaleza del estímulo sensorial recibido. Estas conductas se pueden clasificar en:
- Hiperrespuesta: respuestas más intensas, más largas o duraderas de lo habitual. Por ejemplo, niños que tienen dificultades para lavarse los dientes al suponer para ellos el cepillo un estímulo desagradable (digamos que “lo sienten demasiado”).
- Hiporrespuesta: respuestas menos intensas, más lentas o que incluso no se producen. Por ejemplo, niños que tienden a ensuciarse mucho la cara y las manos durante las comidas, y ni siquiera se dan cuenta (digamos que “no lo sienten”).
- Búsqueda de sensaciones: intenso deseo de recibir un tipo concreto de estimulación sensorial y una conducta activa para satisfacer ese deseo. Por ejemplo, niños que necesitan sentir mucho su cuerpo y para ello se mordisquean los labios, las manos, la ropa o diferentes objetos.
Pero ¿significa eso que un niño tiene un DMS porque le molestan las etiquetas de la ropa? ¿O porque no se quita las chanclas hasta llegar al bordillo de la piscina para no tocar el césped con los pies? No. Únicamente se diagnosticará cuando las dificultades experimentadas afecten al funcionamiento diario en varias áreas.
Este concepto de modulación sensorial emana de las investigaciones llevadas a cabo por la terapeuta ocupacional y doctora en Psicología de la Educación Anne Jean Ayres, que siguen en continuo desarrollo en base a las investigaciones actuales.
¿Cómo afecta un DMS en el día a día de los niños?
Los resultados de una revisión sistemática sugieren que los niños y adolescentes que presentan este tipo de “desafíos sensoriales” muestran dificultades en aspectos muy relevantes de la vida, como las actividades cotidianas (vestirse, asearse, comer, beber…), el juego, el aprendizaje académico y la participación social.
Las conclusiones obtenidas en otra revisión de alcance van en la misma línea, sugiriendo que el procesamiento sensorial está vinculado a la participación social, la cognición, el temperamento y la participación.
Sería muy aconsejable que tanto la familia como el personal terapéutico y educativo que acompaña a los menores afectados por DMS conozcan de qué manera pueden apoyarlos teniendo en cuenta los desafíos sensoriales a los que se enfrentan. De esta manera, los afectados podrán participar de manera más óptima en su vida diaria.
Para ello, es necesario llevar a cabo un análisis profundo de cómo cada niño procesa las sensaciones y, en función de ello, implementar modificaciones ambientales y adaptaciones específicas de las actividades que sean significativas para ellos.
¿Y qué pasa con las familias?
No extrañará saber que las familias con un niño afectado por un DMS suelen presentar niveles más altos de estrés. El día a día para ellos puede convertirse en un verdadero reto. Cabe preguntarse cómo perciben su calidad de vida, pero todavía faltan muchas investigaciones al respecto.
Por lo tanto, no todos los niños con una intensa necesidad de movimiento tienen hiperactividad, ni siempre que un niño reacciona de repente con un fuerte enfado es un malcriado. Existen listas donde se puede identificar con más detalle lo que podría estar pasando.
Y ante la duda, sobre todo, acuda a un terapeuta ocupacional, que es el profesional más adecuado. Él realizará una rigurosa evaluación y le podrá aconsejar para que su vida sea más satisfactoria.