Un nuevo consenso científico europeo resta protagonismo al IMC para diagnosticar la obesidad, confiriendo importancia a la acumulación de grasa abdominal y a otros factores médicos y psicológicos.
por Jose Miguel Soriano del Castillo, Universitat de València

Hace casi dos siglos, Adolphe Quetelet, un astrónomo y matemático belga preocupado en definir las características del “hombre normal”, se dedicó a recopilar datos de medidas corporales de varones de Europa occidental. Así llegó a la conclusión de que el peso se relacionaba de manera aproximada con el cuadrado de la altura, lo que dio lugar a la formulación del índice que lleva su nombre en 1833.
Sin embargo, la propuesta de Quetelet no tuvo reconocimiento hasta 139 años más tarde, en 1972. Fue entonces cuando el ideólogo de la dieta mediterránea, el fisiólogo estadounidense Ancel Keys, examinó varios índices de altura y peso y dictaminó que el método del científico belga era el mejor para predecir el espesor de la grasa corporal.
Renombrado como índice de masa corporal (IMC), se mantuvo como un criterio estándar durante las décadas posteriores. A ello contribuyó probablemente su simplicidad, y es ahí de donde vienen los problemas.
Un índice muy cuestionado
El IMC se correlaciona con el riesgo de muerte a nivel poblacional. Fijados por la Organización Mundial de la Salud en su informe técnico de 1995, cuatro puntos de corte establecen otras tantas categorías: el “bajo peso”, el “normopeso”, el “sobrepeso” y la “obesidad”.
Sin embargo, esta clasificación se basa en un ideal caucásico y no considera otros factores como son el género, la etnia, el porcentaje de grasa o músculo y otros tipos de riesgos o determinantes de salud. Además, los límites no están tan claros a nivel individual.
En los últimos años, la medida estaba tan cuestionada que la Asociación Médica Americana emitió en junio de 2023 un comunicado indicando que se ha utilizado con fines de exclusión racista y que ha causado un daño histórico grave.
Considerar la obesidad como una enfermedad multifactorial, crónica, recurrente y no transmisible, caracterizada por una acumulación anormal y/o excesiva de grasa corporal que representa un riesgo para la salud, es un intento de definirla de manera muy general. Además, el diagnóstico y el manejo de esta patología no se han conseguido alinear con los procesos clínicos que normalmente se adoptan en otras enfermedades crónicas.
El importante papel de la grasa abdominal
Para solventar este problema, la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO) inició y llevó a cabo un proceso de consenso basado en una lista de 28 afirmaciones. Publicado el pasado 5 de julio, propone un nuevo marco para el diagnóstico, clasificación y manejo de la obesidad en adultos.
El documento establece que el IMC por sí solo no es suficiente como criterio diagnóstico, y que la distribución de la grasa corporal –y, sobre todo, la acumulación de grasa abdominal, fuertemente asociada con complicaciones cardiometabólicas– es mejor indicador.
Específicamente, el nuevo marco clasifica considera el índice cintura-talla como un marcador superior de riesgo. Además, en vez de basarse solo en medidas antropométricas, el diagnóstico clínico de obesidad debe incluir una evaluación sistemática de las deficiencias médicas, funcionales y psicológicas, como la salud mental y la patología del comportamiento alimentario.
Una clasificación de la obesidad más real
Para adultos de ascendencia europea, ahora se considera obesa a una persona con un IMC ≥ 30 kg/m² o con un índice de ≥ 25 kg/m² y una relación cintura-talla superior a 0,5 en presencia de cualquier complicación médica, funcional o psicológica. En cualquier caso, la relación cintura-talla es un mejor marcador del riesgo cardiometabólico que la circunferencia de la cintura o el IMC solo.
Adicionalmente, el documento de la EASO aboga por el empleo de otras herramientas como las evaluaciones de fuerza muscular, rendimiento y composición corporal para obesidad sarcopénica (presencia simultánea de un exceso de grasa y una disminución de la masa muscular), así como el cribado regular de cánceres relacionados con la obesidad.
Cómo manejar la obesidad
En el documento de la EASO también se establecen cuatro pilares para tratar la obesidad:
- Modificaciones conductuales como la terapia nutricional, la actividad física, la reducción del estrés y la mejora del sueño.
- Terapia psicológica.
- Tratamiento farmacológico, siempre y cuando sea un complemento a las modificaciones conductuales en los siguientes pacientes: con IMC ≥ 30 kg/m²; con IMC ≥ 27 kg/m² y una enfermedad o complicaciones relacionadas con la obesidad, y con IMC ≥ 25 kg/m² y una relación cintura-talla > 0,5 en presencia de deficiencias médicas, funcionales o psicológicas.
- Procedimientos metabólicos (centrados no solo en la pérdida de peso, sino también en la mejora de condiciones metabólicas asociadas como la diabetes tipo 2) y bariátricos (intervenciones quirúrgicas) en individuos con IMC ≥ 40 kg/m²; IMC ≥ 35 kg/m² y una enfermedad relacionada con la obesidad, e IMC ≥ 30 kg/m² y diabetes tipo 2 mal controlada a pesar de seguir una terapia médica adecuada.
Con la nueva estrategia europea se actualiza de manera más efectiva el tratamiento y se remarca la necesidad del equipo multi e interdisciplinar para abordar esta enfermedad crónica a nivel individual.
Las personas con obesidad van a otro ritmo (metabólico)
por María Ángeles Bonmatí Carrión Investigadora postdoctoral CIBERFES y profesora colaboradora UMU, Universidad de Murcia; María de los Ángeles Rol de Lama Catedrática de Universidad. Directora del Laboratorio de Cronobiología. IMIB-Arrixaca. CIBERFES., Universidad de Murcia
Prácticamente todos los procesos fisiológicos de nuestro organismo siguen un ritmo circadiano, lo que implica que nuestra fisiología presenta variaciones que se repiten con un periodo de alrededor de 24 horas. Y el metabolismo energético, esa “gestión de la energía” necesaria en el organismo, no es una excepción. Sus ritmos también se van reajustando gracias al ciclo diario de luz/oscuridad y a los propios ritmos de comportamiento que seguimos en el día a día.
De hecho, es bien sabido que alterar los horarios de las comidas, como les ocurre con frecuencia a los trabajadores por turnos, puede tener consecuencias negativas sobre el metabolismo. Por ejemplo, este desorden en la ingesta podría derivar en un aumento de peso o en el desarrollo de enfermedades de tipo metabólico como la diabetes.
Pero no solo comer a deshoras puede hacernos engordar más de la cuenta. Adoptar unos hábitos diarios poco saludables, como exponernos a la luz a horas inadecuadas, tener un patrón de sueño desordenado o dormir menos de lo necesario, también nos puede hacer ganar excesivo peso. Y lo más importante: puede alterar nuestra salud metabólica.
El ritmo del metabolismo
Son múltiples los actores del metabolismo energético que se encuentran bajo el mando del sistema circadiano y que pueden, además, verse influidos por el ciclo de sueño-vigilia. Por ejemplo, la secreción del cortisol presenta un ritmo circadiano claro, con un pico de concentración en sangre a primeras horas de la mañana. La grelina (la hormona que nos hace sentir apetito) y la leptina (la que nos hace sentir saciados) también se segregan siguiendo este patrón circadiano que se modifica con la pérdida o ganancia de peso, aunque la ingesta/ayuno y el sueño/vigilia sean importantes en su regulación.
La hormona del crecimiento, que igualmente está implicada en el metabolismo, se segrega fundamentalmente cuando estamos dormidos, y su secreción está vinculada al sueño de ondas lentas. La melatonina, que a los humanos nos prepara para dormir, se segrega por la noche en condiciones de oscuridad y, además, también parece influir en el metabolismo de la glucosa y de los lípidos.
Como consecuencia de la naturaleza circadiana de todos estos procesos, el gasto energético, que, en cierto modo, es el producto de todo ello, también sigue un ritmo circadiano que, además, puede verse afectado por el sueño. En general, nuestro metabolismo consume más energía durante el día que durante la noche, independientemente de que estemos dormidos o despiertos. Además, durante el sueño también consumimos menos energía que durante la vigilia.
Por todo esto, no es de extrañar que cuando alteramos nuestros hábitos de ingesta y nuestros patrones de sueño, bien sea por horarios laborales o como consecuencia de adoptar hábitos poco saludables, el patrón circadiano del gasto energético y los perfiles de secreción de hormonas también se desorganicen. La consecuencia de todo ello puede ser, precisamente, la aparición de sobrepeso, obesidad o de alteraciones metabólicas como la diabetes tipo 2.
¿Cómo son los ritmos de la obesidad?
Entonces, ¿son los ritmos circadianos de las personas con obesidad distintos a los de las personas sin sobrepeso? Pues precisamente esta pregunta se la hicieron Andrew W. McHill y su equipo.
Para responderla sometieron a 30 personas a un protocolo que permitió evaluar el ritmo circadiano de su metabolismo energético. ¿Cómo? En el laboratorio, simularon “días” de menos de 24 horas, distribuyendo uniformemente los periodos de luz y de oscuridad, así como las oportunidades para dormir, las comidas y los periodos de actividad física y reposo. De esta forma, pudieron identificar el patrón circadiano, aislándolo de los efectos del ciclo de sueño-vigilia, de la ingesta o del nivel de actividad física.
A continuación, clasificaron a los participantes en función de su índice de masa corporal (que no es más que el peso dividido por la altura, en metros, elevada al cuadrado). Así se dieron cuenta de que aquellos participantes con un índice de masa corporal saludable presentaban el momento de menor gasto energético durante la noche, tanto si estaban en fase de reposo en ese momento como si estaban haciendo ejercicio. Sin embargo, aquellos participantes con obesidad (con índices de masa corporal elevados) tenían su momento de menor gasto energético durante el día.
Demostrar esta diferencia en el ritmo circadiano del gasto energético en personas con obesidad abriría la puerta, según los autores del trabajo, al desarrollo de tratamientos personalizados de la obesidad que tengan en cuenta, precisamente, sus características circadianas. Tratamientos que tengan en cuenta, en definitiva, el ritmo con el que funciona su metabolismo.
Fuente: https://theconversation.com/las-personas-con-obesidad-van-a-otro-ritmo-metabolico-223757