¿Cómo es el eco estrés analizado por quien lo vivencia? ¿La mente va a la misma velocidad que los pies? Una evaluación cardíaca en primera persona (relato)

por Celina Abud 

Un cuerpo fuerte, flexible, ágil. Un cuerpo que se anime a las aguas profundas, que le queden muchas caminatas, que pueda bailar a los saltos, hacer un pogo, resistir embates. Un cuerpo tan audaz y tan vivo como la mente, capaz de acompañarla en fuerza y ritmo. Un cuerpo que quiero y no tengo.

Nunca me gustó “el método”. De chica quería aprender a tocar el piano, pero arrancar por una canción. Los ejercicios para fortalecer los dedos me asustaban. Sentía pavor de “gastar” la vida en una repetición monótona. ¿Crisis existencial precoz? De grande lo entendí, cuando me quedé sin tocar el piano y cuando mi cuerpo no acompañó a la mente: la repetición es el paso previo al “gran paso”. Era hora de empezar el gimnasio.   

¿Tuviste Covid? No. ¿Fumás? Ya no. ¿Algo que quieras destacar? Dislipidemia controlada, dentro de los valores normales. Llevé a la consulta unos análisis que me había realizado dos meses antes. Las variables numéricas justificaban en papel todo lo que yo narraba. El chequeo anual de una persona sana, con un número que necesitaba de una pequeña ayuda para no desentonar con los demás. Acostate, que vamos a hacerte un electrocardiograma. Gel, ventosas. Un trazo que no entendí ni tengo por qué entender. Todo bien, dijo el médico. Pero faltaba dar “un paso más” antes de terminar con la quietud. El médico me entregó la receta de la ergometría. Con otras variables que no desentonaran, ya podían considerarme “apta”.

Le dije que tenía una receta previa de un eco estrés. Que con la pandemia había demora para ese estudio y que dentro de un mes me tocaba. ¿Hacés actividad física? Camino, unas tres veces por semana. Seguí haciéndolo y tratá de moverte en tu casa, porque te va a tocar hacer la prueba con barbijo.

¿Necesitaba esos estudios? No estaba segura. Le había llevado al médico los resultados de dos eco estrés anteriores. La última apenas tenía dos años, pero todo podía pasar en un 2020 de sedentarismo pandémico, en el que la quietud obligada parecía compensarse con una mente imparable, con fuerza y ritmo pero sin variedad, como la rueda de un hámster.

No quedaban más opciones que hacerlo un sábado. Madrugué, desayuné liviano y me puse las calzas, las zapatillas, el barbijo… el barbijo, ese que podía alterar los números y tratarme de mentirosa. Llegué al centro de diagnóstico y, tras entregar la orden, me senté y comencé a respirar, desempolvé los ejercicios de meditación que aprendí para soportar el confinamiento. No sabía si la ansiedad iba a favorecer las palpitaciones. Mi mente se despegaba otra vez, pero no quería que el cuerpo la acompañara.

No sé por qué siempre que me hago este examen, encuentro pequeñas diferencias. Pasé por una bicicleta, en la que agregaban pesitas de plomo, antiguas. Por una cinta de última generación, típica de un gimnasio de cadena. Pero nunca me había tocado una bicicleta horizontal, en la que debía estar recostada. Más tarde, con el resultado en mano, vi que se trataba de una “camilla supina”. Siempre se aprende algo nuevo.

La enfermera fue la encargada de colocarme las ventosas y el tensiómetro. También fue la que me dijo que debía mantener una constante velocidad de 60, por más que cada dos minutos se adicionara peso. Luego de que el médico, junto a la pantalla, me preguntara algunos datos de interés, comencé a pedalear.

Mi mente se puso en modo dictado, con el ritmo del pedaleo. 

Mantenete, sé constante. No te pases. No des más de lo que te piden, que si no, te quedás sin nada. ¿Pero no es eso siempre lo que hacés en la vida, dar más de lo que te piden, hasta quedarte sin nada? Te estás yendo de tema. 

Pasaros dos minutos. Los pedales se sintieron más pesados, pero soportables. 

Sesenta, no te pases de rosca, son sesenta, no estás en un pogo. La pantalla marcaba 55, 57, 63, 62, 60. Dos minutos más y más peso. Ya sentía en los pies la necesidad de hacer más fuerza.

¿No es así la rutina, tener que cargar cada vez con más peso para sostener el mismo ritmo, para mantenerte fuerte, estable y contenida, más tras una pandemia? 

Los pensamientos volaban, pero la velocidad se mantenía en un umbral de 57 y 63. Lo importante era que podía con los pedales y que mi respiración estaba tranquila. Cerca del final del ejercicio, el barbijo ya no resultaba amenazante, solo era una porción de tela, molesta por mi propio bien.

Bueno, ya estamos dijo el médico y con sus palabras mi velocidad bajó a 30, 25, 22. Ahora te pido que en los próximos cinco segundos des tu máximo esfuerzo. Esa no me la esperaba. Con timidez y con un 20 en la pantalla, pregunté cuándo. Cuando quieras, contestó el doctor. No pasaron ni tres segundos que del 22 pasé al 120, tal vez más. Hasta que dejé de mirar. Si tenía que darlo todo, también tenía que dejar de mirar. En ese momento no supe dónde estaba mi mente, si acompañaba la marcha o si, por primera vez, se había quedado atrás.

Mirá si tenías reserva. Me asusté hasta yo, pensé que estabas endiablada, dijo el médico entre risas. Si tengo que darlo todo, lo doy todo, contesté con una sonrisa tapada por la mascarilla. La enfermera rio y dijo que ahora seguro quería una siesta. Mejor un vaso de agua, dije y fui a cambiarme.

Más tarde, llegaron los resultados. El informe mostró ausencia de isquemia hasta el doble producto alcanzado, reserva diastólica adecuada y otros parámetros que evidenciaban ausencia de enfermedad. La ergometría, un trazado sin valor patológico y un 95% de la frecuencia cardíaca máxima prevista, sin angor ni disnea.

Y otras variables que no sé interpretar, pero que tampoco hizo falta. Porque el médico, al salir, me dijo: “Tu corazón está perfecto”. Sonreí. Pensé en que así como yo nunca podría interpretar el informe, él tampoco podría interpretar lo que había vivido: el peso de contenerse, la capacidad de darlo todo, siempre restringida, el miedo de que pasarse pueda ser considerado un error de cálculo, una falta de adaptación. No importa. Tengo un papel con un informe más que satisfactorio. Porque mis variables no desentonan, voy a ser “apta”, al menos para el gimnasio. Lo di todo, pero me guardé algo. No tengo un corazón delator en bicicleta.

Fuente: https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=99598

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