Los niños más pequeños viven en un presente eterno e inamovible, parecido al de otros seres vivos y distinto al de los adultos. Pero la noción del tiempo influye en la escritura, lectura y el cálculo.
por Joan Callarisa Mas, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya; Ilaria Bellatti, Universitat de Barcelona; Judit Sabido-Codina, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
El tiempo es un concepto complejo de explicar, y aún más de definir. La definición clásica diferencia entre el tiempo físico, como fenómeno de la ciencia física, y el tiempo humano, que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro.
La complejidad del tiempo no se da solo en la definición, sino también en su aprendizaje. La disciplina de referencia para el aprendizaje del tiempo humano es la historia. Y aunque todos los seres vivos tenemos experiencias temporales, solo los seres humanos le otorgamos significado al devenir.
Sobre estos significados construimos nuestra forma de entender la existencia, y transmitimos a las nuevas generaciones experiencias y conocimientos del presente que se fundamentan en el pasado.
Los niños pequeños y el tiempo
Nuestra investigación revela que los niños y las niñas tienen, desde la primera infancia, una percepción clara del tiempo, pero distinta de la de los adultos.
En la mitología griega hay tres divinidades para caracterizar el tiempo: Kronos, el tiempo cronológico, cuantitativo y de la organización lineal; Kairós el tiempo del momento, también sinónimo del tiempo histórico que permite otorgarle significado al inexorable paso del tiempo; y Aión, el tiempo del eterno retorno, incalculable y circular, que representa el paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
En tiempo aiónico de los niños
En la cultura occidental contemporánea han llegado solo los primeros dos, siendo el tiempo aiónico parte de una versión más contemplativa y meditativa de la vida que difícilmente experimentamos.
Pero es justamente este último el que sienten y perciben los niños más pequeños (0-3 años). Ellos son conscientes de la existencia, pero desde una percepción de inamovilidad propia de otros seres vivos. Los adultos tratamos de sacarles de ella dándoles pautas, ritmos, costumbres y horarios.
A medida que crecen, los niños van asumiendo el tiempo cronológico, marcado por el reloj, la prisa, los momentos organizados. Aunque siempre se resisten y se centran en vivir el momento presente (a partir ya de los 4-5 años). Cuántas veces hemos observado cómo los niños son capaces de olvidarse de la hora, el hambre y el frío cuando están inmersos en algún juego o bañándose en el mar. ¡Y qué envidia nos genera a los adultos esta capacidad del vivir el presente!
El aprendizaje del tiempo
La pedagogía clásica considera que el aprendizaje de la historia y la geografía es demasiado complejo para la infancia, y por lo general no existen enseñanzas en la etapa infantil encaminadas a este concepto.
Sin embargo, muchos estudios y nuevos planteamientos didácticos demuestran cómo los niños, desde los primeros tres años de vida, no sólo pueden aprender contenidos culturales y sociales propios de la historia y de la geografía, sino que el tiempo y el espacio son categorías esenciales para su desarrollo cognitivo, social y afectivo.
Un trampolín para ubicarse
Las materias sociales siempre se han visto asociadas a la memorización de hechos, fechas y conceptos complejos ambientados en lugares y territorios concretos y sujetos a cambios a lo largo del tiempo. El tiempo histórico se acostumbra a presentar en las aulas escolares como una línea progresiva y evolutiva que empieza desde la invención de la escritura, siendo su historiador más antiguo el griego Heródoto, y contemplando incluso las etapas anteriores, conocidas como prehistoria o protohistoria.
Sin embargo, las materias sociales son mucho más que una simplificación generalizada de la complejidad del pasado y son un trampolín de lanzamiento para aprender a orientarse temporalmente y ubicarse espacialmente desde edades tempranas.
Para ello, el foco del aprendizaje de la historia en la primera infancia debería ponerse en los procedimientos: la orientación del tiempo (presente, pasado y futuro), la posición (antes, después, ahora), su ritmo y frecuencia (a menudo, raramente, nunca), y las velocidades del tiempo, que pueden ser objetivas (ha ocurrido muy lentamente), o subjetivas (me ha pasado muy rápidamente).
La didáctica del tiempo
Aunque en principio no parezcan estar relacionados, estos aprendizajes básicos afectan al ejercicio de la grafomotricidad y del grafismo: aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo, por ejemplo desde el control de la lateralidad –de derecha a izquierda– o de la organización de los objetos en un papel –proporción, formas, dimensiones–.
También ayudan a la creación del pensamiento abstracto: la organización secuencial y causal, y la capacidad de relacionar, asociar, comparar las ideas para imaginar y crear de nuevas.
Las actividades didácticas que permiten desarrollar operaciones intelectuales concretas tienen beneficios en la orientación temporal y la ubicación espacial. Además, acostumbran al pensamiento abstracto conforme vayamos introduciendo contenidos históricos y culturales en su aprendizaje.
Ritmos, duraciones y orientación
Por ejemplo, hablamos de actividades que permitan comprender los ritmos (¡va muy rápido!), la secuencia (una cosa tras de la otra), la duración (¡ha pasado mucho tiempo!) y la orientación o disposición temporal (antes, durante, después), que favorezca resolver el egocentrismo y sincretismo infantil.
Estos aprendizajes sencillos pueden articularse de forma progresiva, y a partir de la repetición en variadas actividades didácticas, de manera que los más pequeños vayan construyendo una concepción del tiempo cada vez más compleja. De esta forma podremos crear las bases sólidas para los aprendizajes históricos y geográficos de las etapas sucesivas.
Habilidades temporales dirigidas
Tanto en el currículo actual de la educación infantil como en el anterior, se indica que los infantes han de trabajar numerosas habilidades temporales para estructurar el pensamiento temporal. Sin embargo, las que acaban dominando en las aulas son en su mayoría propuestas de carácter libre, ya que la pedagogía imperante sugiere que el desarrollo natural solo se puede conseguir desde lo intuitivo.
Nosotros somos partidarios de los laboratorios experimentales, combinados con actividades autodirigidas y basadas en propuestas didácticas flexibles, fundamentadas por la observación constante. Esto les permite un desarrollo temporal más profundo y que les prepara mejor para sus futuros aprendizajes.