La cultura de esfuerzo supone rigor, disciplina y seguir las reglas que rigen las actividades sociales. Hacer trampas va en contra de esta actitud.
por Santiago Iñiguez de Onzoño, IE University
Una de las películas más interesantes sobre cuestiones éticas en el entorno educativo es The Emperor’s Club, del año 2002.
Su protagonista, el señor Hundert, es un profesor entregado a la enseñanza de las humanidades que da clases en una escuela norteamericana de élite. Uno de sus alumnos, Sedgewick –hijo de un senador–, tiene dotes de líder y es inteligente pero parece desmotivado para el estudio. Hundert se interesa por él e intenta que mejore su desempeño. Incluso acude a hablar con el padre – un tipo temido por su hijo, tiránico, ambicioso y poco ético–, que le dice con desprecio que educar a Sedgewick le corresponde a él y que Hundert tiene que limitarse a dar sus clases.
Encariñado con el joven, el profesor infla su nota para que pueda participar en la final del concurso Julio César, sobre historia clásica. Durante la prueba, Hundert se da cuenta de que Sedgewick está haciendo trampas, pues tiene anotadas las respuestas en el brazo. Reporta sus sospechas al director de la escuela, quien le ordena seguir adelante. Finalmente, el profesor hace una pregunta que el joven desconoce y queda eliminado.
Una revancha fallida
Al cabo de los años, Sedgewick –que ha seguido los pasos de su padre y prepara su campaña al Senado– pide a Hundert que reúna a su promoción para tomarse la revancha del concurso Julio César. Tras varias preguntas, Hundert advierte que su antiguo alumno vuelve a hacer trampas, esta vez con un audífono conectado por el que alguien le pasa las respuestas. Otra vez a sabiendas, el profesor formula una pregunta que hace que su antiguo alumno pierda de nuevo el concurso.
Más tarde, y a solas, tienen una conversación en la que Sedgewick rechaza de manera altanera los reproches de su maestro. Pero su hijo mayor ha escuchado toda la conversación y se muestra decepcionado con su padre.
Seguir el ejemplo
La película es un caso práctico formidable para discutir sobre ética y acerca de si el fin justifica los medios. También para dialogar sobre la importancia del ejemplo que dan los mayores en el entorno familiar. Sedgewick aprendió de su padre y replicó su comportamiento. Sin embargo, el castigo por una conducta inmoral puede llegar de las formas más imprevistas. En el caso de Sedgewick, en el desengaño de su hijo.
Por experiencia propia, conozco las consecuencias negativas del enfrentamiento entre padres y educadores, de que los progenitores empujen a sus hijos a incumplir las normas, les excusan irresponsablemente con pretextos peregrinos, sean cómplices de sus faltas a clase –con la disculpa de supuestas enfermedades–, o amparen comportamientos contra la integridad académica en exámenes o trabajos, aduciendo necesidades especiales injustificadas.
Este tipo de actitudes, que buscan ser protectoras, restan autoridad a los profesores, generan un mal precedente para la educación de los jóvenes y les inclinan a continuar actuando de manera parecida en el futuro.
Liderazgo perverso
El padre de Sedgewick encarna adecuadamente el perfil que Friedrich Nietzsche proponía para los líderes, que no están sujetos a la moral general, solo vinculante para los siervos, para la masa de los ciudadanos. El filósofo alemán afirmaba que los verdaderos líderes, los superhombres, crean sus propias reglas y están más allá del bien y del mal. Esta concepción de liderazgo influyó decisivamente en la configuración del trabajo directivo de la primera mitad del siglo pasado. Obviamente, se trata de una concepción perversa del liderazgo.
Esta película también ilustra el comportamiento discutible del profesor Hundert, quien –arrastrado por una piedad peligrosa– favorece a Sedgewick con una nota inmerecida, aun cuando tenga la buena intención de ayudarle a progresar. Ello supone la injusticia de descalificar al estudiante que realmente merecía el reconocimiento.
La cultura del esfuerzo
Contrariamente a lo que exigía el padre de Sedgewick, el entorno educativo no ofrece solo conocimientos sino también la oportunidad de desarrollar hábitos de trabajo y forjar virtudes, e inspira principios y valores que guíarán la actuación futura de los estudiantes.
Para lograr estos objetivos, es necesario cultivar una cultura del esfuerzo y evitar la sobreprotección de los estudiantes, algo que no los prepara para desempeñarse adecuadamente en la vida, y especialmente para integrarse en la sociedad y ser felices.
La cultura del esfuerzo es compatible con la personalización de la educación, adaptando el aprendizaje a las circunstancias y personalidad de cada alumno. El desarrollo de la psicología cognitiva ha permitido identificar necesidades especiales (por ejemplo la dislexia o el déficit de atención), y las instituciones académicas tienden a reconocer y adaptar sus enseñanzas a estas particularidades.
El gran reto educativo
El fenómeno de la gamificación ha suavizado el proceso de aprendizaje mediante simulaciones, juegos de rol y otros tipos de metodologías interactivas.
No obstante, el uso de estas técnicas no elimina el esfuerzo y el uso de facultades cognitivas (la memoria, la asociación de ideas, el razonamiento, la creatividad) que serán útiles en el futuro.
Aristóteles señalaba:
“Los jóvenes no deben ser instruidos con vistas a su diversión porque el aprendizaje no es diversión sino que va acompañado de dolor”.
El reto para los docentes ha sido, y sigue siendo, cómo conseguir que sus alumnos no dejen de esforzarse.